Daniel García: Identidades

Manuel Quaranta

Revista Ramona, 11 de Mayo de 2020

Llevo dentro de mí la idea de que es mejor ser muchos a ser uno, que muchos dioses son mejores que uno solo y muchas verdades mejor que una.

Francesco Clemente, citado por María Gainza

La cosa grave se me plantea con la palabra realismo. La palabra significaba algo: una actitud que se caracteriza por tomar en cuenta la realidad. De eso estaba seguro. Me faltaba únicamente, saber qué era la realidad. O cómo era, por lo menos.

Juan José Saer, Cicatrices



Lo certifica el Montaigne de Daniel García: “estamos hechos de pedazos”, y los pedazos no se pueden juntar, aunque abriguemos las más tiernas esperanzas al respecto; incluso en algún sentido somos un rejunte, un rejunte imposible, claro, pero un rejunte que no sólo está hecho de pedazos sino que está él mismo hecho pedazos, sí, roto por dentro y por fuera, roturas definitivas o definitorias, lejos, muy lejos, irremediablemente lejos de la tan mentada unidad.

Lo escribo con mis palabras (tergiverso a Lacan): uno es menos que uno dado que la unidad nunca se alcanza, y no se alcanza no a causa de una imperfección o impericia humana, sino simplemente porque la unidad es ilusoria. ¿Eso significa que seamos una nada? No, habría en todo caso una pluralidad: “somos numerosas personas”, confirma el Proust de Daniel, y agrego, una especie de pluralidad negativa, como decir, somos menos 11, menos 7, menos 3, menos 1.

Justamente, al observar con atención los 44 retratos de mujeres chinas dibujados por Daniel, vamos a sentir (yo siento) que algo falta, que hay algo que falta. No es que falte algo. Ojo. Sino que hay algo que falta. Algo que sobrevive a la misma falta (ese retrato que falta sería el infaltable). Como si detrás de la insistencia del artista reverberara un retrato latente sin dibujar.

¿Un retrato imposible? (¿El eco de un sonido que jamás se produce?).

¿Será ese retrato el de la Mujer con rama/ramo, única pintura de la muestra? No lo sé, aunque reordenar las letras de las palabras separadas por una barra (palabras barradas o embarradas) podría darnos una pista: ramo es amor, rama es amar, y también arma. Mujer, amar, amor: un arma de doble filo, un doble sentido. ¿Habrá entonces una apuesta allí, en esos anagramas, en esos (cito a Héctor Libertella) bolsones semánticos contenidos en las diversas combinaciones?

Quizás.

Otra hipótesis: lo que falta (en su presencia) es la representación. La representación realista o naturalista. Si bien, resulta evidente, falta a medias. Porque los vestiditos de las mujeres chinas están dibujados con otra mano que la mano cubista que dibuja los rostros, rostros sin referente en la realidad, rostros divergentes de aquellos dibujados por Daniel en las Damas de Shangai.

Será una tara mía: soy incapaz de contemplar Identidades sin pensar en las Damas de Shangai, como si una muestra dependiera de la otra o como si entre ellas se abriera un conflicto: la unidad frente a la fragmentación, el realismo frente al cubismo, el referente frente a lo indiferenciado; ¿qué separa a las mujeres chinas de las damas de Shangai? ¿Qué las une? ¿Son versiones, perversiones, subversiones? ¿Qué aprendió (o desaprendió) el artista sobre esas mujeres en el período transcurrido de una muestra a la otra?

Finalmente, en Identidades asoma algo del orden de la copia, del tomar prestado, del falsificar, pero Daniel lo incorpora abrigado por una tradición oriental que redime esas acciones bajo el supuesto de que el origen se encuentra irremediablemente perdido. Una tradición, la del shanzhai, que se desentiende de la antítesis auténtico-falsificado, que no oculta sus procedimientos, y que, en detrimento de la identidad, reivindica el poder de la variación.