encuentro (2021)

DAMAS DE SHANGHÁI (2018)

Encuentro

El título de la muestra es simultáneamente ambiguo y preciso. El vocablo puede ser tanto un sustantivo como el tiempo presente de un verbo: yo encuentro. Como verbo remite al hallazgo, pero como sustantivo, un encuentro es el acto de coincidir en un punto dos o más cosas o personas. Una reunión, un diálogo, una cita, también una confrontación o discusión. Puede designar una competencia deportiva, como un encuentro de box. Algo de azar y de sorpresa se desliza entre los significados de la palabra. 

Esta muestra se me planteó, desde el comienzo, como un diálogo, una confrontación, entre mis pinturas y algunas piezas seleccionadas de la colección del Museo. A estas no las he elegido por su historia o su valor artístico. Algunas lo han sido por considerarlas una compañía adecuada para ciertas pinturas. Otras por motivos que se me escapan. En todos los casos, sin embargo, se trata de obras que me atraen fuertemente. Que tocan algo en mí. Como esos objetos que “no conocemos pero que, sin embargo, nos parece haber reconocido como si fueran el recuerdo de una vida anterior” (Proust). Las he encontrado (o, más bien, he sido encontrado por ellas), recorriendo al azar la colección. Son para mí objetos vivos, y no, como se suele decir despectivamente, meras “piezas de museo”. 

¿Qué es un museo, por otra parte? Para mí, es un lugar para la aventura, la sorpresa, la emoción. Un lugar que, separados por un momento de la vida, nos permite ser tocados por algo que nos afecta. “A distancia de la vida, pero sosteniendo con ella una relación activa” (Zourabichvili), que es lo que hace el arte. Un museo es un espacio que, al apartarnos de las urgencias cotidianas, puede ayudar a interrumpir, a perturbar nuestras rutinas. Sobre todo, nuestra rutina intelectual. A este Museo de Arte Decorativo (¿no puede ser todo arte, en algún momento, decorativo?) he sido invitado a jugar, y lo he hecho desde el mismo principio con el que trabajo en mi obra, en donde “no hay otro criterio que el hallazgo, es decir, el surgimiento impredecible de un fragmento de deseo, o de afecto, o de pulsión” (Zourabichvili). 

Presento en esta muestra una serie de obras “chinas” -algunas de ellas inspiradas en figuras de terracota de la dinastía Tang- pintadas expresamente para que dialoguen con piezas de la colección de arte oriental del Estevez (floreados jarrones delicadamente pintados pétalo a pétalo, figuras de marfil que se abisman en increíbles detalles. Piezas que en su gran mayoría son de origen japonés, pero con una iconografía proveniente de China). 

¿De dónde me viene ese interés por lo “chino”? No lo sé, pero es muy anterior a mis recientes Damas de Shanghái. El formato extremadamente vertical de mis camillas de los años 90, y, anteriores aún, el de muchos trabajos de los 80, está influenciado por la disposición de las pinturas paisajísticas chinas. La atención puesta al vacío, la interrelación entre lo expresivo y lo decorativo, el hecho de que aún el más minúsculo de los trazos juegue su rol en las obras, siempre han ejercido una misteriosa atracción para mí. Tal vez la seducción provenga de mucho antes, de las películas de Fu Manchú que miraba con mi abuelo y mi hermano en el cine Sol de Mayo, o en el San Martín, relatos leídos en mi infancia, la China de Marco Polo, el I Ching que consulté en mi adolescencia, o la sensación vaga pero fascinante que tuve desde chico de encontrarme frente a una radical otredad. “Suceda lo que suceda, y tienda a ser lo que sea, la China será siempre diferente” (Henri Michaux).  Aunque probablemente sea mejor renunciar a la banalidad de rastrear un origen, que es siempre establecido a posteriori, y simplemente admitir a China como una influencia imprevisible.

De todos modos, cuando he abordado lo chino lo he hecho como un auténtico bárbaro, saqueando de aquí y de allá lo que me resultase conveniente. Habitualmente en mis obras, al azar de la seducción que algunas imágenes ejercen en mí, recurro a la apropiación y a la cita. La etimología de la palabra citar se rastrea hasta un vocablo indoeuropeo que significa poner en movimiento, impulsar, y que está detrás del término griego kinesis. Nos llega a través del latín citare (convocar) y su primer uso fue jurídico, como convocar a un testigo. Una cita es una convocatoria, un encuentro, un hacer presente a alguien o algo. Ponerlo en movimiento, para que a su vez nos mueva, nos impulse. Es ese impulso exótico el que inicia el juego. Juego que en mis pinturas aúna diversas temporalidades, lo planificado con lo imprevisto, la técnica y el accidente. Con la esperanza de que, logrando detener ese movimiento en algún encuentro fortuito (como decía Lautréamont), es decir, un encuentro afortunado, se transforme en obra.

Las citas, los encuentros, están también en la base de una segunda serie de trabajos que presento, elegidos porque juegan con la idea de museo.  Pequeñas pinturas sobre papel que, en principio, reúnen en sí mismas aquello que se suele llamar decorativo con aquello que se suele llamar arte a secas. Imágenes dentro de las imágenes, pinturas dentro de las pinturas, que conforman, en su conjunto, una suerte de wunderkammer personal. Si se quiere, un museo propio. Colección de cuadros (y máscaras) sobre una pared, entre las que hay homenajes a algunos artistas que admiro, reproducciones de cuadros entrevistos en escenarios de alguna película, o meras invenciones (que seguramente son citas inadvertidas). Pequeños cuadritos como los que decorarían una casa de muñecas. Una casa de muñecas en la que podría habitar, por ejemplo, el conjunto de figuras de porcelana de la colección del Museo que muestran al pintor Francesco Guardi vendiendo sus obras en Venecia. Las “paredes” sobre los que estos cuadros y máscaras descansan, tienen un origen similar a ellos, han sido inspiradas por Matisse o Vuillard, vistas en alguna película, recordadas de alguna vieja habitación de hotel o inventadas. 

Esta colección se ha ido armando al azar, mayormente durante los encierros de la pandemia, como un juego – el apasionante juego de ser otro -, un descanso en los intervalos entre pinturas más grandes, según ha ido soplando el viento de mi deseo. “El comportamiento creador –dice Clemént Rosset- consiste, en efecto, en ir al encuentro del azar (…) añadir al ineluctable azar de las cosas, capricho del ser, un azar más imprevisible todavía, nacido de su propio capricho”. Es así como el capricho está tanto en el origen de las propias obras como en la constitución de esta muestra. El juego y el azar la configuran. 

Wir vergessen dabei gern, das eigentlich alles an unserem Leben Zufall ist” dice Freud. Nos gusta olvidar que todo en nuestra vida es, en realidad, azar.

 

Daniel García

Rosario, octubre 2021