El mal en la obra de Daniel García

Jorge Glusberg

Diario Ámbito Financiero, 18 de diciembre 2000

Luego de presentar su muestra en Blue Star Art Sace, en San Antonio, Texas, Daniel García (n 1958), exhibe actualmente sus obras en la Galería Ramis Barquet, de Nueva York.En ocasión de esta muestra, Edward Sullivan ha señalado que «Gran vendaje de cabeza», «puede ser considerada una imagen paradigmática, un punto de partida para investigar los diversos significados en su obra». Ya que las partes del cuerpo que García abstrae y realiza fuera de toda proporción convocan múltiples referencias simbólicas.

García ha sido un lector atento del austríaco Thomas Bernhard (1931-’89), cuyas obras de poesías, teatro y novelística hurgan en la locura, la destrucción y la muerte. En ese marco, busca los síntomas del mal que padecen nuestras sociedades, como un médico-paciente y un artista-mitófilo.

Los filósofos y los teólogos discernieron tres clases de mal: el físico, el moral, el metafísico. La obra de Daniel García tiene que ver con los tres y con ninguno de ellos, porque los significados que se desprenden -o se encarnan-en sus telas surreales superan el límite de lo establecido, de lo aparencial, de lo pre-supuesto.

El mal físico es el dolor, el sufrimiento: de ahí la sinonimia con enfermedad; el mal moral ha sido identificado repetidamente con el pecado, en la religión, y con el delito, en el derecho; por último, el mal metafísico sería el fundamento de todo el mal, una entidad más bien subjetiva.

García recurre a menudo a la simbología de lo sacro y lo profano, de la enfermedad y del pecado, tal como lo plantearon los intelectuales durante mayo del ’68. En «Freak» -palabra inglesa que remite a los seres vivientes contranaturales, a los monstruos, pero también a las cosas extravagantes y raras-, la víbora sale de la frente de una joven cabeza humana; en «Heaven and Hell» («Cielo e infierno»), dos serpientes que se muerden la cola aparecen entrelazadas; por último, en «Memoria del Paraíso» hay un ramaje entrecruzado como un arabesco decorativo, del cual penden decenas de manzanas rojas.

Al dar cabeza de mujer a la serpiente en su obra «Sin título», y al hacer surgir una víbora de la cabeza de un hombre en «Freak», García propone variantes de la historia bíblica; de igual modo procede en «Memoria del Paraíso», donde acude a la tradición popular y supone a la manzana el «fruto prohibido» por Yahvéh, que es del «árbol de la ciencia del Bien y el Mal», precisamente. Pero en ésta última tela García ha pintado tres botellas (un objeto común en sus obras); una, de color rojo, aparece en posición horizontal en el centro del espacio; las otras dos están en el ángulo superior izquierdo, con el rostro de un hombre que tiene los ojos cerrados, y en el ángulo inferior derecho, con una cara de mujer que nos mira.

En «Heaven and Hell», en fin, las referencias bíblicas son llevadas al extremo, si se quiere, porque la serpiente pasa a simbolizar también el Cielo, morada de Dios y Paraíso definitivo en la religión cristiana. A ello debe añadirse el mito griego de Uroboros, la serpiente que se muerde la cola, una representación alegó-rica de la eternidad (y eterna es, en la ley cristiana, la vida en el Paraíso y en el Infierno).

De tal modo, pues, oscila García en el tema de la enfermedad física y la moral, con cierto dejo de ironía que no falta nunca en sus pinturas. Sin embargo, el abordaje no es religioso (el pecado) ni cientificista (la medicina); García va más lejos (¿o más cerca?), porque su interés primordial consiste en mirar la sociedad de hoy, nada paradisíaca y muy infernal. Entonces, la idea del pecado se seculariza en tono ético, y la idea de dolencia adquiere características que parecen rozar la noción del mal metafísico.

El mensaje de García con todo suele rozar la política, como en la época de comienzos del ’90, cuando el soporte de su pintura era la tela de las camillas de campaña (alusión a la guerra, la violencia, la curación de heridos y el transporte de muertos), un bastidor inesperado.

«Death Mask» («La máscara de la muerte») es una obra sintomática: un rostro severo, que mira atentamente al espectador, del que emergen tres de los palos de una cruz gamada, y sobre cuya piel se repiten las imágenes de una calavera. En los antípodas está «Durmiente»: otra cara humana, con los ojos cerrados, y la frente y las mejillas cubiertas por ojos abiertos, de los cuales caen lágrimas de sangre. Si en «Death Mask» apropia García la técnica de los pósters de propaganda o de búsqueda de delincuentes, en la segunda tela se advierte como un resabio de las estampas populares con motivos religiosos o de milagrería. Pero no hay impulsos religiosos ni milagreros en las telas de García: la cruz gamada, que en tiempos precristianos fue señal de vida, terminó en la Alemania nazi como señal de muerte; los ojos que sueltan lágrimas de sangre en el rostro del durmiente son aquellos que ven el dolor y el crimen desechados por el protagonista.

Una orientación similar es la de «Olvídame», donde unas viejas bañaderas se llenan de sangre; de «La alegría de vivir» una boca enorme, con dientes blancos y perfectos, y de «Evening Star» («El lucero de la tarde»), en la que aparece una cárcel y, alrededor de ella, cuatro chimeneas rotas en la base pero con su penacho de humo formando una cruz svástica. Por último, en «Vidas ejemplares» el rostro carece de pelo y de ojos, pero alberga unas coronas de espinas, como heridas o llagas.