
Elogio de la obsolescencia
Marcela López Sastre
Mayo 2012
La producción de un artista, como lo evidencia Daniel García en esta selección de obras de los últimos veinte años, funciona como las napas terráqueas: tienen su propio tiempo y se van acomodando, movilizando. Surgen a veces las más profundas a la superficie, los olvidos se imponen a la fuerza resurgiendo entre papeles que fueron intentos de ilustración para algún libro o mera necesidad de escapar de “la pintura” o del proceso de su forma de pintar: “Hay un desgaste y adelgazamiento de la pintura. La “piel” aparece como afectada por un síntoma. En algunas partes, está incluso rasgada, parcialmente desollada, ejecutadas con un estratificador proceso alternado de pintura y borraduras”.
Los formatos del arte también están curiosamente estratificados: la pintura entendida como “Obra” con mayúsculas se alza sobre otros medios como el dibujo, el grabado o la ilustración que históricamente han sido un paso de tránsito hacia “ella”. Pero la movilización de las napas funciona para la obra y por consecuencia para la historia. Esta lectura de las “obras mayores” tiene sus versiones: García en su abordaje lúdico del mundo rescata los desechos ocultos con los que juega construyendo “una cierta atmósfera de obsolescencia, un cierto grado de inadecuación a las circunstancias actuales. Esta inadecuación deliberada permite dar un paso al costado del vértigo de lo nuevo e introducir una anacronía” que realiza mediante la cita y reactualización de estilos e imágenes del pasado.
Daniel García hace alusión a la tradición, a la historia de la pintura y a la historia de la cultura, en el sentido más amplio posible de esta palabra. No hay nostalgia en esta recuperación del pasado: “sino un intento de atisbar lo que desde atrás viene a nuestro encuentro para luego sobrepasarnos y sumergirse en ese futuro aún difuso e indiferenciado. Doble mirada, doble relación con el tiempo, constitutiva de la pintura, a la que considero un presente– en sus diferentes significaciones- del pasado destinado al futuro.”
La incorporación explícita de esa producción marginal significa la definición de su “identidad pictórica” construida a partir del espíritu lúdico que fue abriendo paso y consolidando a través de momentos trágicos, despojados o minimalistas. El tiempo trajo también unas siglas, a modo de marca comercial, parodiando con ellas su propia autoría. Tensión, ambigüedad y contradicción. Cuestionamiento de la autoría de esta identidad construida en el tiempo por desplazamientos, aceptación e inclusión de aquello que quedó latente esperando que algún movimiento lo eleve a la superficie.
Aún con los mínimos elementos García se reconoce, sabemos que aquello fue parte de su juego y su traducción. De eso se trata una obra en el tiempo, de lograr un lenguaje propio que permita describir el mundo a partir de lo que hemos podido descifrar de lo que él mismo ha ido trayendo a las orillas del rescate.
